sábado, 17 de mayo de 2014

Sueño de una noche de verano

El sol, herido de muerte, abandona lentamente su reino por unas horas. Trás la gran duna que lo domina todo la luz va perdiendo fuerza, la batalla va siendo dominada por la tibia oscuridad, como siempre ha sido.

La arena, más naranja que nunca, se refresca tras la dura jornada dejándose besar, una y otra vez insaciable, por el agua de un mar que empieza a parecer mágico.

El brillo de las viejas estrellas, que acaban de aparecer en escena, produce un efecto místico en la cresta de las olas que ya se acercan voluntaria e irremediablemente a su fin.

Los últimos bañistas, entre los que me encuentro, se resisten a abandonar el mundo acuático. Poco a poco se van alejando, dejando su sitio a varios pescadores y a sus cañas. En un momento el silencio y la oscuridad me envuelven, y me hacen sentir como si estuviéramos solo en el mundo, el mar, las estrellas y yo. No existe nada más.

La noche se va apoderando de todo. Hay pocas experiencias que estén a la altura de darte un lento baño de noche en las aguas de un mar de una playa casi virgen. Ésta en la que me encuentro lo es.

Solo, en el agua, medito. ¿Es esta simpleza de todo lo que llaman felicidad? Me despojo de mí, ahueco mi mente, me abandono... Y en este momento es en el que empieza a fluir todo. Comienzo a sentir justo cuando ya no siento nada.

Y en medio de este panorama, en mi real duermevela, un hilo de conciencia me avisa. Ahora estoy seguro. Mi visión no es un sueño, es un recuerdo. Una noche de verano que se grabó en mi mente y que revivo, cada noche, en la soledad de mi alma, que desea volver a aquel misterioso y añorado lugar.

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