lunes, 7 de julio de 2014

Trece años

El viernes volví a ver a una gran amiga tras trece años de ayuno de amistad. Cuando por fin nos hemos encontrado no he podido evitar abrazarla con toda el alma, con el corazón en la mano.

Trece años y, al verla, he tenido la sensación de que sólo hemos estado separados trece horas. Mucho nos ha ocurrido por separado desde entonces. Han nacido ilusiones, se han producido desengaños, hemos despedido a seres queridos, les hemos dado vida propia a pequeños trozos de muestras entrañas...

A veces la vida nos hace tomar decisiones sin darnos cuenta. Un pequeño guiño del destino, cruel y bendito al mismo tiempo, y dos corazones que deberían haber permanecido juntos se distancian sin motivo aparente.

Dicen que la distancia es el olvido, pero quinientos kilómetros no han sido suficientes para hacerme olvidar, en estos trece años, todo lo que vivimos, todo lo que sentimos, todo lo que nos unió, todo lo que hoy nos une.

A su lado el niño que fui empezó a convertirse en el hombre que hoy creo ser. A su lado la infancia pasó a ser juventud. Los días eran continuo aprendizaje, una búsqueda eterna de la vida en sí misma. A su lado encontré el primer hombro verdadero en el que apoyarme. A su lado mi hombro fue, por vez primera, apoyo y sustento de penas y alegrías. Nos sobraban las palabras, bastaban miradas.

No voy a volver la vista atrás. No enterraré estos malditos trece años. No lloraré por los momentos, oportunidades y vivencias perdidas en el caldero del tiempo. Quiero mirar hacia adelante, coger con fuerza la cuerda que ha pasado cerca de mis narices y que finaliza, en el otro extremo, en los claros y añorados ojos de mi inolvidable amiga.

Lo más difícil ya está hecho, el primer paso dado, las manos nuevamente unidas. Ahora sólo pienso en no volver a soltar esas manos que pusieron tanto en las mías.

Para ti, siempre, mi beso y mi abrazo.

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