domingo, 24 de agosto de 2014

El cementerio

Normalmente la gente, la gente normal, no quiere ni oír hablar de ellos. Los relacionan con muerte, dolor y miedo. Y no se les puede culpar por ello, al fin y al cabo un cementerio es lo que es.

Pero, para ella, eran algo muy distinto. Aún recordaba aquel 1 de enero. En el pueblo todos disfrutaban de vacaciones y por ese motivo aquel día tuvo que ir a abrirle las puertas el alcalde en persona. Es lo que tienen la vida y la muerte, nunca preguntan, siempre deciden por ellas mismas.

Con su amor por bandera, y el recuerdo aún fresco en las entrañas, se adentró en el camposanto con una pequeña pala en una mano y los restos de la que había sido su centro desde que lo recordara en la otra. Había sido para ella todo lo que ahora ella era: bondad, amor, cariño, dedicación, entrega...

La acompañaba en el último viaje, el más temido, pero la sensación de paz que la envolvía era indescriptible. Se había ido, eso era inevitable, pero sabiendo cuanto la había querido y, sobre todo, cuanto la seguiría queriendo.

Buscó un buen lugar, soleado, visible desde todos los puntos desde los que se mirara. Quería asegurarse que todos pudieran ver su legado, su mensaje. Cuando ya tuvo claro el sitio escarbó con su pala lo suficiente para que agarrara el rosal que iba a plantar en su memoria.

Miró hacia atrás y comprobó que no estaba sola, su familia seguía allí con ella, todos juntos, como siempre. Respiró profundamente y abonó el pequeño rosal con la esencia del ser amado, con el último recuerdo material de lo que una vez somos. Descansaría para siempre aquí, dando vida a una de las más bellas flores jamás creadas. Eso la hacía sentir extrañamente serena.

De lo más hondo de su corazón sacó la foto. Dos manos entrelazadas sobre una sabana de hospital, en el borde del camino, donde ya empiezan a borrarse las huellas de lo andado. Dos manos, una joven, la otra anciana, ambas dándose el mutuo consuelo, ambas transmitiendo amor eterno. Dos manos abrazadas a un único corazón que ya no soportaba más peso.

Colgó la foto del rosal y, casi sin que nadie lo notara sonrió. Una leve brisa sopló en ese momento y tras las manos unos versos se entreveían:

"Amada y querida prenda 
yo mucho celebraré
que al recibo de estas letras
me seas fiel en el querer
[...] "

Esos versos que ella había aprendido a fuerza de escucharselos recitar y que la acompañarían para siempre junto al amor encerrado en esas dos manos entrelazadas.

Para ella los cementerios eran algo muy distinto. Ella los veía como guardianes del amor que aún sentía, como bellos lugares de encuentro con recuerdos, sentimientos y esperanzas. Desde aquel día todos los cementerios le recordaban a aquel, en Badajoz, y en cualquiera en el que se encontrara iba en busca de aquellas dos manos entrelazadas a un solo corazón que protegían aquellos versos que tanto recordaba.

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