jueves, 14 de agosto de 2014

La amante

La conoció una mañana de verano, un 2 de agosto claro y limpio. Cuando la vio por primera vez notó un pinchazo en el corazón, un mareo irracional que le obligó a agarrarse a un murete que tenía cerca.

Había visto antes muchas parecidas a ella, con formas parecidas, con olor similar, con esa luz que desprendía... Pero ninguna le hizo sentir lo que sintió aquella mañana, ninguna era igual para él. Nunca más ninguna lo sería.

Desde aquel día siempre que estaba lejos de ella la recordaba. Añoraba su olor, echaba de menos su tacto sobre su piel, el sabor que dejaba en su boca, salado y salvaje.

Cuando estaba junto a ella se abandonaba a los paseos, en los que se pasaba la horas del amanecer tocándola, sintiéndola. No había nada más que ella en los momentos inmediatos a la salida del sol, mágicos, irrepetibles, incansables. Se pasaba el día mirándola, grabando cada punto de su anatomía en su cabeza, en el interior de sus ojos, en lo más profundo de su ser.

Las noches eran calientes y dulces. Se dejaba arrullar sin prisas, con los ojos cerrados. Ella parecía que lo esperara, coqueta y sincera. Lo envolvía y lo aislaba de todo. Le decía, a su manera, que él era suyo, suyo nada más, que todo lo que ella era le pertenecía. Le susurraba al oído secretos inconfesables y él acariciaba lentamente cada una de sus curvas, tumbado sobre ella, amándola de aquella manera tan instintiva y primitiva.

Nunca más volvió a sentirse como con ella, desde aquel 2 de agosto. Ese día le juró lealtad para siempre. Aquella playa siempre sería su refugio, su descanso, su libertad. Aquella playa sería siempre su playa, su confidente, la guardiana de su alma y su amante.

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