martes, 5 de agosto de 2014

La playa

Un pie tras otro pie. Paso a paso. Echa la vista atrás y es entonces cuando ve las huellas que deja sobre la arena. Una arena húmeda, blanda, sin memoria.

Durante el paseo no pierde detalle de todo lo que ocurre. Mientras piensa en llegar a la gran duna, al final de la playa, contempla los cuerpos esbeltos con los que se va cruzando. Cuerpos jóvenes, torneados, "milimétricamente" esculpidos. Cuerpos bellos bronceados, atesorando juventud. Cachorros en estado puro.Además de esas masas casi perfectas, a su lado pasan otros, menos formados, más parecidos al suyo.

Si levanta la vista el paisaje que lo recibe es indescriptible. Al fondo el sol comienza a abrazar, casi sin que se note, la brillante azotea de la duna. El cielo azulado empieza a desangrarse en tonos anaranjados, pruebas palpables de la dura lucha por sobrevivir de la luz ante las mismas tinieblas.

Camina y camina sin parar, con un ritmo cansino, los pies salpicando gotas cada vez que una ola, perdida y valiente, besa su piel. La luminosidad que le rodea le hace sentirse parte de alguna pintura realista, de un cuadro viviente.

Ante él dos niños, con cubos y pala, construyen un efímero y delicado castillo, escenario de grandes y vívidas batallas. No parecen saber que su gran obra no vivirá para ver un nuevo día.

Mezclados entre la gente ve a "Waka Waka" y "Maiquel", probablemente ambos nombres falsos. Los dos son senegaleses o al menos eso cuentan. Ambos con una historia, con una familia rota por la distancia, lejos de su hogar. Son tan distintos a todos los demás, no por el color de su piel, o por su raza, sino porque entre tanta gente feliz, sus caras son las únicas que no se muestran alegres, y sí tristes, cansadas y preocupadas sólo por lograr una venta más que les acerque a sus sueños perdidos.

Éste sitio transforma a la gente. En su caminar se va fijando en cada cara que se le pone al alcance. Todos los rostros tan relajados, tan felices, nadie es aquí infeliz, salvo los dos senegaleses y sus otros colegas.

Como cada día pasa al lado de ese niño. Le recuerda tanto a sí mismo. Siempre lo encuentra en el mismo sitio, con sus padres. Se le queda mirando, observando sus piernas, su bastón, su cara. Es la viva imagen de la inocencia. Sin parar lo saluda con la mano y prosigue su camino.

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Como cada día a sus cinco años no se pierde el paseo. Su amigo llegará sobre las 8 de la tarde, lo saludará con la mano y seguirá su camino. Nunca han hablado pero, sentado en la arena, le gusta verlo pasar camino de la duna gigante. Cada vez que lo ve llegar, andando lentamente, la espalda encorvada por los años, las piernas entornadas , soportando la edad, y una rama a modo de bastón en la mano para no perder el equilibrio, se le queda mirando . La cara arrugada, anciana. Pasará a su lado, moverá la mano hacia donde él está y continuará su paseo un día más. Su amigo, el anciano caminante.