sábado, 13 de septiembre de 2014

Doce estrellas

Cuando le contaron la leyenda ella era muy joven, demasiado tal vez. No era supersticiosa, nunca lo había sido, y nunca más lo sería, pero aquella historia le produjo un escalofrío.

La recibió bajo una luna llena, clara, pura y limpia: "Si una noche cuentas doce estrellas, y durante las once siguientes vas contando una menos por noche, en aquella que cuentas sólo una estrella, soñarás con el amor, puro y verdadero, de tu vida. Deben ser doce noches consecutivas, sin saltar ninguna. Si se pierde una sola noche, y no se puede contar, se debe comenzar desde el principio."

Como la niña que era empezó la cuenta mágica en ese mismo momento. Con su carita levantada y una determinación que la acompañaría después durante años, fue eligiendo, una a una, las doce estrellas más brillantes del firmamento que dominaba, y allí mismo comenzó a soñar. Hasta tres veces llegó hasta nueve, y tres veces tuvo que comenzar la cuenta de nuevo. Otras veces llegaba hasta seis, o incluso una vez consiguió alcanzar la cifra de tres estrellas.

A veces, la mayoría, olvidaba simplemente contar. Otras veces las estrellas se escondían de sus ojos, como jugando con ella. No se dejaban ver detrás de jirones de vaporosas gasas de nubes, negras e impenetrables.

Pero, con la ilusión y la curiosidad por capa, no cejó en su empeño, y siempre volvía a comenzar su peculiar camino. Siempre dispuesta, siempre expectante, ilusionada.

La noche que todo acabó, o mejor dicho comenzó, llegó tres meses después de haber iniciado la aventura. La recuerda cada día, se sintió liberada, completa, feliz. Había logrado cumplir con la leyenda, había completado el ritual, la magia estaba hecha. Una sola estrella en su casillero.

Al principio, cuando despertó, no tenía muy claro que es lo que había pasado. Se pasó la mano por la frente y recordó cada una de las noches que había dedicado a contar luceros. Mirando al techo no podía salir del trance, ¿cómo era posible? Ella había cumplido con la parte del trato, pero esa era la parte real, la posible. Lo siguiente era impensable. No sabía cómo, pero el acuerdo se había cumplido.

Primero lo vio pasar con su pelo claro y rizado. No le había visto bien la cara, y ella tuvo que acercarse y tomarlo por el brazo. Al volverlo hacia sí misma contempló una cara regordeta, de mofletes sonrosados y ojos vivaces, inocentes, profundos y pequeños. Al principio no lo reconoció. Luego, sin tiempo para más, todo volvió a quedar negro alrededor.

Después de un rato despierta volvió a recordar al muchacho, era de su barrio, lo había visto un par de veces pero no había reparado en él ninguna de las dos. Era un chico introvertido, tan distinto a lo que ella era.

Se apoderó de su cuerpo una extraña mezcla de incredulidad y alegría y, en ese mismo instante, decidió que quería conocerlo por encima de cualquier otra cosa. Durante la siguiente semana hizo todo lo posible por acercarse a su entorno, hasta que una tarde por fin se hablaron. Ella era una chica muy extrovertida, por lo que él se vio intimidado al principio, aunque ambos sintieron un extraño sentimiento de vacío la primera vez que cruzaron sus miradas.

Desde aquel momento se les veía siempre juntos, mano con mano, con los ojos siempre reflejados en los del otro. No era algo físico, notaban una atracción primitiva, sin química, pero influyente y adictiva, interna.

Durante los siguientes meses se dedicaron a profundizar cada uno en el alma del otro, a conocerse, a necesitarse. Se acercaron tanto que algo se fusionó entre ellos, y una parte del interior de cada uno fue a parar dentro del otro.

La fuerza de la unión fue tal que les sobrecogió y los envolvió. Y, a pesar de todo, nunca se produjo la chispa del beso, ninguno de los dos se atrevió a asumir tal responsabilidad.

Esa responsabilidad pesaba demasiado, ella no fue capaz de soportarla y, casi sin pensar, se separaron. Ella contó, ella soñó , ella buscó su sueño..., y lo abandonó.

Aunque permanecieron pegados alma con alma, los caminos se separaron, los corazones de ambos se llenaron de otros amores, sueños, ilusiones y esperanzas. Cada cierto tiempo se cruzaban y era como si nada hubiera cambiado. Complicidad, confianza, miradas..., y esa falta de un beso que lo sellara finalmente todo, que los volvía a distanciar.

Pero siempre al caer la noche y brillar las estrellas, las mismas que ella eligió y contó, la conexión de sus entrañas resplandece, y los acerca estén donde estén. Se sienten, como si fueran uno solo. Como dos almas gemelas que han acabado por encontrase. Se buscan, se encuentran. Se viven. Se sueñan. Se sostienen. Se vuelven a perder.

Ella siempre lo busca. Él se deja encontrar, pero no alcanzar. Ambos saben lo que los separa, ambos sienten esa responsabilidad. Ambos necesitan ese beso que lo complete todo. Ese beso que los separa. Ese beso que no se atreven a dar...

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