sábado, 4 de octubre de 2014

La sonrisa fiel

Sus pies no conseguían hacerla llegar dónde ella necesitaba. Había puesto distancia por medio, se había dedicado tiempo, ajena a todo. Pero no lograba alejarse de si misma, ni de todo lo que la perseguía. No por mucho caminar se está más lejos del lugar del que huyes.

Los días de soledad, buscada y saboreada al principio, comenzaban a pesar en su cabeza. La única compañía de su fiel mascota, un gran perro de color crema, no acababa de llenar la cuota de afecto que necesitaba, y sin embargo eso precisamente era lo que había buscado en su escapada.

Hacía días que no sonreía. Ella no lo sabía pero aquella playa que la observaba lo tenía en cuenta. Procuraba acariciarla con una brisa suave cada atardecer. La mimaba ajustando las luces del día para ella. Le prestaba su color, su sabor, su salado y húmedo aroma. Ella se sentaba en la arena y cerrando los ojos absorbía con ansia los pequeños grumos de felicidad que flotaban en el aire. Pero rápidamente los consumía inconscientemente. Y volvía a buscarlos. Ojos cerrados, cabeza echada hacia atrás, el pelo ondeante, ausente, perdida, real.

El paseo marítimo se había convertido aquel día en el refugio perfecto. Abrazada a sí misma caminaba, sin fuerzas y cansada, no sabía hacia dónde, probablemente a algún lugar que la envolviera completamente y la hiciera volver a empezar. Algún lugar donde poder ocultarse sin necesidad de esconderse. Donde nadie la mirara, nadie la juzgara, nadie la admirara.

Perdida en sus pensamientos casi no se percató de la persona que a lo lejos caminaba hacia ella. En la distancia no fue capaz de identificar nada especial. Un hombre joven, de aspecto normal, andar resuelto pero distraído. Un joven que no le hubiera llamado la atención en ningún otro sitio del mundo.

A cada paso que daba notaba que algo cambiaba a su alrededor. Todo parecía igual y, en cambio, ella lo notaba. Se agitaba el aire, el mar parecía revolverse junto a la arena, la luz se empezaba a difuminar como cuando se apaga una bombilla pero aún quedan restos fugaces de su alma candente. Aquel extraño, sin ningún rasgo especial, tan común, tan igual a ella misma, alteraba el mundo que la cubría, la envolvía de algo que no sabía nombrar.

Poco a poco, a cada respiración, la distancia se acortaba. Cada uno en sí mismo, en su soledad. Sin saber cómo, se llenaron del otro, se impregnaron de las más puras de sus esencias. Ambos andando, desesperados, hacia el mismo lugar pero en sentidos contrarios.

Pasaron muy cerca, tanto que pudieron oler el miedo y la desesperación del otro. Ella noto la necesidad, la sensación que tanto echaba en falta sin saberlo. Fue como una bocanada de deseo incontrolado, una tormenta desesperada entre dos mares, uno de fuego helado, el otro de agua hirviendo. Con el olor todavía en su cabeza algo comenzó a ocurrir en su cara. Al principio un leve temblor, casi invisible y, poco a poco, el dibujo se plasmó en su boca, un recuerdo casi olvidado, un deseo, un anhelo, una sonrisa. Por primera vez en días sonreía, sincera.

Se volvió instintivamente envuelta por la pasión del momento, con el pecho a punto de explotar, y lo que descubrió la hizo temblar. Aquel extraño, su extraña pareja, estaba vuelto hacia ella, sonreía igual, con la misma muesca del destino marcada en su rostro. Dos sonrisas fieles a los corazones que les daban vida. Dos sonrisas nacidas cada una para la otra, para ese solo instante. 

No hay comentarios: