domingo, 2 de noviembre de 2014

Realidad

Su vida se había convertido en una rutina dinámica, un torbellino de cambios que precisamente tenían en común sólo eso, el cambio.

La sensación de falsa realidad la envolvía cada noche, y la abrazaba como un amante ávido de ella, de su ser, de su amor, de toda su pasión. Entre cuatro paredes se dejaba llevar por sus miedos, sus anhelos, sus prisas. Entre las mismas cuatro paredes que tanto habían sentido, que tanta pasión y amor habían recogido en otras épocas.

Sus amigos tenían cada vez una cara mucho más semejante, todos comenzaban a ser brillos en una pantalla plana que quedaba en penumbra cada vez que ella levantaba sus dedos del frío y pulido cristal.

Su puerta a ellos era su tesoro, su más preciada posesión, su porción de paraíso. Aquel trocito de plástico tecnológico la mantenía conectada a todo y a todos.  Los mantenía siempre en contacto, siempre relacionados, pero siempre distantes y carentes de sensaciones.

Estaba cansada de todo eso, en el más profundo rincón de su alma lo sabía. Estaba cansada de ese sucedáneo de realidad que la absorbía, la gobernaba, la ilusionaba y siempre volvía a desilusionarla y manipularla, una y otra vez, siempre con el mismo rumbo, un destino oscuro y vacío.

Se dijo que no estaba dispuesta a continuar alimentando esa oscuridad, no dentro de ella, y tuvo que emplearse a fondo para convencerse a sí misma, para sacudirse esa pátina de felicidad, falsa y contaminada, que la envolvía.

Echaba en falta los ojos en frente, mostrando el interior de su interlocutor. Echaba en falta los gestos, cómplices o de sorpresa, las miradas fugaces, perdidas, abandonadas a su suerte. Echaba en falta las sonrisas robadas, los roces de piel, mano a mano, alma con alma. Echaba en falta los olores, los besos candentes que abrasan al recibirlos. Quería volver a sentir los abrazos, a corazón abierto, sin guardia. Volver a oír una risa sincera y amiga. Anhelaba volver a enjugar con sus manos el llanto, y consolar con caricias, ofrecer su hombro y sentir aliviar el peso de la conciencia que se reclina en él.

Lentamente fue levantando la cabeza, al tiempo que un dolor insoportable se fue haciendo notar en sus entrañas. Sus ojos chocaron con unas sombras que, desde el espejo de enfrente, los miraban acomodados en las cuencas de su reflejo. Vio una persona que no recordaba conocer, un dibujo descolorido de lo que una vez fue.

Instintivamente alzó su mano y lanzó con todas sus fuerzas el móvil a ese rostro espectral. Miles de reflejos de la habitación se esparcieron por todos lados, al tiempo que desaparecía la imagen que tanto la había asustado.

Decidida, se levantó de la cama, lavó sus miserias con una ducha fría y rápida. Eligió aquellos pantalones que tanto le gustaban y se enfundó la camisa que había traído de recuerdo de su último viaje. Salió por la puerta sintiéndose liberada, atrás dejaba su falsa vida, rota en un rincón junto a un montón de cristales y un trozo de plástico inservible. Delante veía la calle, la vida, una nueva esperanza para ella, la realidad.