jueves, 5 de marzo de 2015

El tatuaje

Llevaba días con esa imagen dándole vueltas en su cabeza y por fin se decidió a hacerlo.

Cuando entró en el estudio de tatuajes se formó un pequeño revuelo, nadie se lo esperaba. Los clientes que allí había no sabían como actuar. Un señor, delgado y con melena larga oscura, que estaba esperando sentado en un sofá, se levantó y salió corriendo mirando hacia atrás. Una joven, con el pelo corto y verde, que estaba tatuando una mariposa a otro jovencito se quedó congelada y la herramienta se le cayó al suelo con gran estruendo.
Buenos días - dijo muy educado.

El dependiente no salía de su asombro, desde debajo del mostrador, miró hacia arriba con los ojos enrojecidos. Estaba muy asustado, blanco, y le temblaban las manos sudorosas, pero con los años había aprendido a encajar situaciones complicadas. Su clientela era muy variada y a ojos de muchos era muy extraña. Otro cliente, raro también, no iba a suponer mucho más. Así que se recompuso del susto inicial y saludó calurosamente: Buenos días tenga usted, ¿qué desea?

Pues verá, quería hacerme un tatuaje - dijo el recién llegado. Me gustaría que me hiciera una cara, justo aquí. No tengo foto pero le iré indicando y contando como sería - continuó el cliente.

Muy bien, pase usted por aquí y, eh, acomódese como pueda en este sillón. Yo mismo le haré el tatuaje - dijo el dependiente un tanto intranquilo.

Preparó la pistola como hacía siempre. Comprobó el martillo, revisó el clipcord, todo estaba correcto. El cliente comenzó a describir la cara que tenía en mente, y el tatuador fue dibujando lentamente cada rasgo que le detallaban.

No fue nada fácil, nunca había hecho un trabajo ni remotamente parecido. La zona dónde estaba marcando le complicaba mucho la labor. Pero tras varias horas de esfuerzo y descripciones, por fin indicó que había finalizado.

El cliente miró su reciente tatuaje. Cuanto más lo veía más le gustaba. Las lineas perfectas, delimitando cada parte de la cara. Los ojos eran tan humanos y reales que parecían de verdad,  cercanos a lo que tenía en mente.

Llevaba tiempo con esa cara en la cabeza, esos rasgos. No sabía donde la había visto, pero lo tenía obsesionado, hasta que decidió llevarla sobre él mismo y contemplarla cada vez que quisiera. Ahora esos ojos mirarían directamente a los suyos cuando lo deseara.

Satisfecho pagó al dependiente, ya más calmado, y salió a la calle dejando en la tienda un revuelo más grande que el que se produjo nada más entrar.

Sonrió feliz, se sentía distinto. Al fin y al cabo, que él supiera, era el primer búho en tatuarse una cara de hombre en un ala.

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