miércoles, 8 de abril de 2015

El cadáver

La oficina estaba cerrada desde el viernes, por lo que la persona que la descubrió supuso que fue a última hora de la tarde de ese día cuando la mataron.

Como cada lunes, la señora de la limpieza se disponía a dar el primer repaso a todas las salas, antes que llegaran el resto de los empleados. Le gustaba que cuando llegaban los demás todo estuviera reluciente. Por eso empezaba temprano. Eran las 7:15 de la mañana.

Lo primero era siempre la sala de reuniones de la planta baja, y fue allí dónde, al entrar, había descubierto la masacre. Nada más verla, al abrir la puerta, sintió unas náuseas horribles. La visión le repugnó, y le hizo girar la cabeza casi instantáneamente.

Hacía dos días que nadie pasaba por allí, y el cadáver ya empezaba a descomponerse. Desde el momento de la agresión nadie se había preocupado de recoger los restos.

El cuerpo yacía inerte, deformado, semidestrozado. Nada hacía imaginar que poco tiempo antes ese mismo cuerpo había estado lleno de vida. Las señales de violencia eran más que patentes, parecía como si la hubieran aplastado con furia, sin escrúpulos. La cabeza estaba totalmente deformada y de ella salía un líquido blancuzco que se esparcía por el suelo.

Se llevó la mano al inhalador que tenía en el bolsillo desde hacía años. El maldito asma la hacía más débil aún en las situaciones complicadas, pero había automatizado los movimientos con el paso del tiempo. Se llevó el aparato de manera casi involuntaria a la boca. Se obligó a respirar pausadamente, una, dos veces, tres, y logró controlar el estado de pánico inicial. 

En realidad no era miedo lo que sentía, realmente era asco, repugnancia, una repulsión tan grande que casi la controlaba. No podía evitarlo, no era la primera vez que contemplaba una escena similar y las otras veces se había sentido igual.

Pero no podía esperar a que llegara nadie, sentía que era su responsabilidad limpiar aquello. Sería mejor que lo hiciera antes de que nadie más la viera, no quería que nadie la culpara a ella. Siempre le echan la culpa a la que limpia.

Reuniendo todas las fuerzas que le quedaban se armó de valor, se aproximó a ella dispuesta a no dejar ni rastro de la agresión. 

Escoba en mano empezó a empujar el cadáver, cada trozo en el que lo habían descuartizado, hacia el gran recogedor que sostenía en la otra mano. Entre arcadas, cuando estuvo dentro totalmente respiró un poco más aliviada. Miró satisfecha el lugar. Soló quedaba limpiar los restos de alas y del caparazón. Nunca había soportado ver aquellas malditas cucarachas, aunque estuvieran pisadas y destrozadas en el suelo.

1 comentario:

Irra dijo...

Muy bueno. Me encanta la forma en que mantiene la tensión hasta el final ;)