martes, 16 de febrero de 2016

Rutina

Otra vez suena la maldita sirena. Las cuatro de la mañana. No puedo mover ni un músculo del cuerpo, aunque casi no me queda cuerpo que mover. Estos huesos que se adivinan desde fuera ya no son esqueleto de nada, solo esperan a que los abrace la tierra, y descansar.
Debo levantarme como sea, los golpes vendrán de igual modo, pero al menos serán superficiales. Ellos se cebarán hoy con mi pobre compañero, exhausto y muerto de miedo, que ha pasado toda la noche llorando, como las últimas noches desde que recuerdo. Hoy su débil cuerpo no podrá levantarse del camastro, y cuando ellos lleguen no se levantará nunca más. Con sus uniformes impecables dejarán hablar a la barbarie. Con sus furias en la mano, se cegarán en la locura y aturdirán el inerte montón de carne y pellejo que es mi amigo, a base de palos, hasta que su alma lo abandone in extremis.

Al menos hoy no seré yo, debo levantarme ya.

Lo peor de estar desnudo a las cuatro de la mañana en el patio frente a ellos no es el pudor, ni el frío que cala hasta lo más profundo de mis recuerdos. Lo que se hace insoportable es taparse con la delgada dignidad que aún te queda, cada vez más fina. Ya no soy un hombre, y saber que nunca más lo seré hace que mis hombros entrechoquen y mis piernas tiemblen. Te hacen creer que eres un animal, nada más, y así te sientes, porque es lo que realmente eres. Un simple despojo que una vez fue un hombre, que alguna vez fue respetado por otros hombres.

Con el foco sobre mi cabeza, mientras espero los insultos y bofetadas, recuerdo tiempos pasados. El día que me separaron de ella se clava en mi pecho como una espina de rosal gigante. No se cómo estará, que habrá sido de su amabilidad y pasión por la vida. Ojalá no esté recibiendo lo mismo que yo. Solo pensarlo me hace perder la cordura y desear matarlos a todos, uno a uno, de manera grotesca y cruel. Arrancarles esa sonrisa maldita de sus malditas caras, hundiendo el miedo en sus ojos hasta arrancárselos. Uno a uno, quitarles lo que me niegan a mí.

Ahora vendrá el agua fría, y el pan duro después, con el que pretenden darnos las fuerzas suficientes para mantenernos con vida un poco más, y seguir pervirtiendo nuestra conciencia y nuestra mente. No tengo claro que buscan, ni por qué no me matan de una vez y acaban con este sufrimiento. Supongo que no somos más que escoria, un saco inmundo en el que volcar sus propios fracasos.

Miro a mi alrededor y veo espectros como yo, mi cara en todos ellos, mi dolor en sus ojos. No hay diferencia entre nosotros, nos han hecho copias idénticas, huesos descarnados formando prototipos de cuerpos sin alma, derrotados, hundidos, perdidos. Nos mantienen en movimiento continuamente: apartamos piedras, cavamos..., sin darnos cuenta de que lo que construimos son las tumbas que serán rellenadas, mañana por la mañana, con los afortunados que nos dejan para siempre durante la noche.

Siempre llego justo de fuerzas a este madero que me he acostumbrado a llamar cama, siempre pensando que no soportaré otro día igual. Entre el hedor del miedo y de los desechos físicos de todos me tumbo boca arriba, mirando a la parte inferior de la litera superior, donde otro saco de huesos estará haciendo lo mismo que yo. Entonces es cuando me permito mínimamente volver a sentir, y rodeado del silencio y de sollozos ahogados que vienen de todos lados, me rindo y dejo que las lágrimas purifiquen mi cara y mis pensamientos.

Creo que esta será mi última noche aquí, me lo ha contado mi cuerpo. Mañana no habrá ducha helada para mí, ni frío en el patio, ni piedras que mover. Mañana ocuparé un hueco de los que hoy he arrancado a la tierra con mis propias manos. Miro con tranquilidad el pensamiento que tallé en la madera, hace ya tanto tiempo que ni lo recuerdo, y cierro los ojos para que riegue despacio mi conciencia: "Si existe un Dios, Él tendrá que rogarme para que yo lo perdone".

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