domingo, 24 de abril de 2016

El parque

A veces le gusta concentrarse en los charcos de agua que se forman en el camino de tierra amarilla. Las gotas van cayendo y producen diminutos agujeros en la superficie, y después desaparecen como si nada, todo vuelve al lugar que le corresponde. Mientras corre escuchando a Mozart su mente navega por esas pequeñas bolsas de agua, y se siente libre, lejos de todos los problemas que un instante antes la amenazaban y le dificultaban la tarea de atarse muy fuerte los cordones.
Pero hoy no llueve. Hoy solo está Mozart para consolarla. Y el camino de tierra amarilla. Carmen no es la única que transita el parque a esta hora, son las ocho de la tarde y todo está lleno de corredores como ella pero, aunque Carmen no lo sabe, cada uno de ellos se siente especial y único, al menos durante ese rato de desgaste de zapatillas.

Lo que más le gusta de salir a correr es que puede ser ella misma. No necesita dibujar sonrisas, ni inventar saludos que enmascaren sentimientos reales. Solo tiene que ser fiel a una persona, a ella. A ella y a Mozart. La 40 y la Flauta mágica se han convertido en la banda sonora de sus tardes y noches de libertad.

Mientras sus ojos se clavan en el piso, se va cruzando con otros que también perdieron la mirada. No se ven, no se sienten. Carmen solo existe hoy, ahora, para correr, no hay nada más allá del próximo paso. Para ella cada día es hora y media de carrera y el resto se reparten entre ratos de sueño y pesadilla.

Al pasar sobre un trozo de papel con publicidad de un banco, que ofrece a cambio de un televisor plano toda una vida de esclavitud, recuerda a Luis. ¿Seguirá trabajando en aquella caja de ahorros? El último día que lo vio le dijo que iba a dejarlo, que ya no aguantaba más tanta presión. De eso hace cuatro meses y ni una sola llamada desde entonces. Parecía tan destinado a ella cuando se conocieron. Ahora no es más que un número en la agenda y un estante de su cabeza empapelado de recuerdos y sonrisas.

Se acaba el camino y comienza una parte del recorrido que la atrae especialmente. Es un lugar con un pequeño estanque. Casi nadie suele pasar por allí porque el terreno es pedregoso y cuesta mantener la marcha constante. En un banco, cerca del agua medio podrida y verdosa, agoniza Carlos, que ve pasar a Carmen con los ojos vidriosos, hundidos en el alcohol y en ilusiones destrozadas.

El paso de la joven lo distrae brevemente de sus últimos pensamientos. Pero son apenas dos segundos, tras ellos vuelven a arroparle la culpa y el arrepentimiento de años. Quizá no fuera buena idea abandonar a aquella mujer que tanto le había querido. Quizás aquellos hijos, que ya no es capaz de reconocer por la calle, hubieran merecido crecer con los consejos de su padre. Ya es tarde para todo eso. Ni siquiera recuerda sus nombres. Al principio fue mucho más fácil, los primeros meses después del abandono, mientras le duraron la malas influencias y las falsas amistades. Es consciente de cuanto daños les hizo y ahora su vida se apaga poco a poco al tiempo que el aire escapa de sus pulmones, como si nada de aquello hubiera sucedido, como si no fuera más que un mal sueño del que está a punto de despertar.

Solo importa ahogar el desesperado dolor que rompe su cuerpo y que estalla desde el costado donde permanece la navaja clavada. No debería haber roto la norma, "nunca levantes la cabeza". Sabe que solo es bueno huyendo, no peleando, y al fin y al cabo aquellos chicos solo querían humillarlo, nada más. No debió plantarles cara. Vuelve a ser tarde para esto también, demasiado tarde. En el instante final, mientras entrecierra los ojos, logra divisar a lo lejos un cachorro de pastor alemán, puede que tenga solo tres o cuatro meses. El perro está tirando con una fuerza desproporcionada de una niña pequeña, le recuerda a él mismo hace mucho tiempo. Se hunde en los recuerdos y sonríe por última vez.

Rosa no para de saltar mientras Laster sigue jugando e intentando soltarse de su correa. Con su pelo rubio y su inocencia casi sin estrenar ríe jugando con su mascota. Le gusta tanto salir a pasear con su perrito y sus papás que no le importa perderse sus dibujos preferidos todos los jueves. Es cuando mamá descansa por la tarde y pueden bajar juntos al parque. Y lo mejor vendrá en un rato, ella lo sabe. Rosa ha visto a papá esconder una caja envuelta en papel de colores en el bolsillo de su chaqueta. Tiene que ser algo bonito, papá siempre le regala cosas que le gustan mucho. Hoy es su cumpleaños.

1 comentario:

Fco. Javier Prieto dijo...

Tienes talento literario, Javi. Me gusta el relato!