sábado, 22 de noviembre de 2014

Almas gemelas

Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, el lugar o las circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper.
                                                                                                                                                                                                    Vieja creencia china y japonesa.

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Pasaban las doce y media de la noche y en la calle que cruzaban para llegar al nido todo era silencio. A su izquierda, el río dejaba escapar reflejos de otras épocas, cientos de lunas que temblaban con el misterioso e incansable discurrir del agua.

Y junto al río, la vieja torre guardiana de siglos contemplaba la escena contando cada beso, cada abrazo desesperado que aquellas dos sombras compartían en la orilla gitana.

El portal del hogar se convirtió inmediatamente en una trinchera donde, ya al abrigo de la oscuridad, los besos se disparaban a lugares más ocultos, más íntimos, deseados. Casi sin darse cuenta se iban fundiendo, labio a labio. Sus lenguas se entrelazaban en un roce eterno que se producía cada segundo. La penumbra convertía el momento en una escena invisible a ojos indiscretos, pero eso ya no les importaba. 

Un año después de encontrarse, no tenían ninguna duda de que sus almas eran dos trozos gemelos que en alguna ocasión formaron una sola. Las coincidencias, las emociones, los nervios, incontrolables e inocentes, justo antes de verse. El temblor de sus cuerpos con el roce de sus manos. La sensación de hogar en cada uno de sus abrazos. La búsqueda atemporal de sus reflejos en los ojos contrarios.

El pequeño tramo de escaleras se volvió un constante vaivén de caderas. Una titánica lucha por no perder el control ni la cordura. Sus labios, ya sin frenos, repasaban las zonas que las sensuales caricias se habían encargado de desnudar. Sudor y seda en cada sorbo, deseo y calor en cada sacudida. Allá donde las pieles se tocaban una chispa de eléctrica pasión conseguía encender cada palmo, cada célula. Sus vidas hasta ese momento se revivían y perdían en cada una de esas células, naciendo y muriendo una y otra vez, en un ritmo frenético que amenazaba con no parar nunca. Cada centímetro de piel temblaba y convulsionaba.

La cama acogió la embestida con un sonoro crujido, que sirvió como señal de inicio del último y más ansiado asalto. Sus cuerpos, cubiertos sólo por el deseo, dejaban escapar los brillos de dos almas desesperadas por unirse. El encuentro fue inevitable, el mundo se había preparado para pararse en ese mismo instante, y en ese instante se paró. 

Fue como el choque de dos bloques de hielo en un mar enfurecido. Cada centímetro de piel besado se convertía en el epicentro de un terremoto interior que barría cada rincón, y hacía sacudir esos cuerpos que se desvivían por acercar todo lo posible sus corazones al pecho del otro. A ritmo de latidos acompasados se recorrían con miradas que esculpían a fuego sus nombres y sus promesas secretas. Se produjo una unión total, una entrega tan grande, que la carne dejó de contener sus esencias y, en un invisible baile, ascendían sin límite haciéndose cada vez más lo mismo.

Entre sábanas de raso blancas, dos almas desnudas, iguales y gemelas, amándose sin medida. No conocían locura como la que estaban viviendo. El sudor se mezclaba en sus jóvenes muslos, igual que sus sabores lo hacían en sus bocas.

Las lenguas envolvían las zonas prohibidas de una forma tan impensable hasta ese momento, húmedas y calientes. Derrocharon tanta pasión, que al final sus pechos se desgarraron y de ellos brotó, casi a la vez, un placer tan real como desconocido. De inmediato, sin previo aviso, sus gargantas estallaron en un ronco susurro que se oyó por toda la habitación. Y al ronco sonido le siguió un continuo jadeo que mantenía intacto el calor desprendido.

Se amaron una y otra vez, sin piedad, sin guardar, sin esconderse. Se abandonaron a un abrazo largo finalmente, cuando ya no tenían fuerzas a penas para respirar. Eran dos almas ciegamente perdidas una en la otra. Eran dos seres exhaustos, amados y amantes. Era un alma en dos cuerpos que al fin se encontraban y se reconocían. Eran dos almas gemelas que se unieron sin buscarse. Ellas eran Salma y Vera.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Dicen

Hay quien dice que eres un tesoro de verdades. Que eres un gigante. Y te tocan. Y te besan. Y alaban tu grandeza.

Hay quien dice de tu voz, que es la voz en sus silencios, la que escuchan cuando callan y oyen dentro de sus pechos. La voz de sus gargantas, rotas y maltrechas. La voz que cuenta sus verdades, sus miedos, sus alegrías. La voz de sus noches en vela, de sus días brillantes, de sus tardes inquietas.

Hay quien dice de tus ojos que enmarañan una vida. Que otros ojos que los miran se pierden y abandonan toda esperanza de salida. Que la mirada que les enfrentas es profunda, sincera, llena de verdad. Hay quien ve tu ternura, tu pasión y tu fiereza en esos dos puntos de entrada al alma que siempre tienes abiertos, por si alguien llega buscando cobijo.

Hay quien dice de tu alma que es pura, como una cascada recién parida del frío y la oscuridad de la tierra. Que es tan grande como un mundo entero. La pintan blanca, esponjosa, carente de huellas. Dispuesta siempre a envolver a otras. Dicen que es refugio en las penas, lecho donde pasar las fatigas, luz en la oscuridad, oscuridad para el descanso, compañera de camino y camino entre la niebla.

Hay quien dice de ti que eres tierra donde plantar y cultivar los sueños de los que te rodean. Te llaman conciencia, te llaman corazón, te llaman amor. Te llaman loco. Y locuras haces. Algunas tan grandes que parecen poca cosa. Dicen que te han visto volar, atravesar almas con una mirada, y mirar dentro de los que te miran a ti.

Hay quien dice que podrías cualquier cosa. Que podrían cualquier cosa contigo, a tu lado, junto a ti. Dicen que confían ciegamente en tu sentido, en tu guía y en el bastón que pones a su alcance para guiarles el camino.

Hay quien dice que siempre notan tu mano, a cada momento, sosteniendo, animando. Notan tu presencia detrás y se sienten seguros en sus hazañas. Toman sus decisiones o se dejan aconsejar, pero saben que no subirán solos y por supuesto que caerías con ellos si fuera necesario. Y cuando caigan saben que les gritarás para que se levanten.

Hay quien dice que consumes demasiadas fuerzas en el cuidado de los demás. Que estás agotado, exhausto, débil. Que en la búsqueda de corazones olvidas los límites de la cordura. Dicen que das a cada uno lo que cada cual necesita en el momento adecuado, gastando en ello las reservas de tu propio granero.

Todo eso hay quien lo dice sobre ti.

Pero yo que estoy dentro todo lo veo, todo lo huelo, y todo lo siento. Conozco lo que hay en tus cimientos, las fuentes que emergen de ti y me tumbo bajo el sol que te ilumina. Tú y yo sabemos cuánto hay de verdad, cuánto de sincero.

Tú y yo vemos lo que desconocen y sabemos cuánto se equivocan algunos de ellos...

domingo, 2 de noviembre de 2014

Realidad

Su vida se había convertido en una rutina dinámica, un torbellino de cambios que precisamente tenían en común sólo eso, el cambio.

La sensación de falsa realidad la envolvía cada noche, y la abrazaba como un amante ávido de ella, de su ser, de su amor, de toda su pasión. Entre cuatro paredes se dejaba llevar por sus miedos, sus anhelos, sus prisas. Entre las mismas cuatro paredes que tanto habían sentido, que tanta pasión y amor habían recogido en otras épocas.

Sus amigos tenían cada vez una cara mucho más semejante, todos comenzaban a ser brillos en una pantalla plana que quedaba en penumbra cada vez que ella levantaba sus dedos del frío y pulido cristal.

Su puerta a ellos era su tesoro, su más preciada posesión, su porción de paraíso. Aquel trocito de plástico tecnológico la mantenía conectada a todo y a todos.  Los mantenía siempre en contacto, siempre relacionados, pero siempre distantes y carentes de sensaciones.

Estaba cansada de todo eso, en el más profundo rincón de su alma lo sabía. Estaba cansada de ese sucedáneo de realidad que la absorbía, la gobernaba, la ilusionaba y siempre volvía a desilusionarla y manipularla, una y otra vez, siempre con el mismo rumbo, un destino oscuro y vacío.

Se dijo que no estaba dispuesta a continuar alimentando esa oscuridad, no dentro de ella, y tuvo que emplearse a fondo para convencerse a sí misma, para sacudirse esa pátina de felicidad, falsa y contaminada, que la envolvía.

Echaba en falta los ojos en frente, mostrando el interior de su interlocutor. Echaba en falta los gestos, cómplices o de sorpresa, las miradas fugaces, perdidas, abandonadas a su suerte. Echaba en falta las sonrisas robadas, los roces de piel, mano a mano, alma con alma. Echaba en falta los olores, los besos candentes que abrasan al recibirlos. Quería volver a sentir los abrazos, a corazón abierto, sin guardia. Volver a oír una risa sincera y amiga. Anhelaba volver a enjugar con sus manos el llanto, y consolar con caricias, ofrecer su hombro y sentir aliviar el peso de la conciencia que se reclina en él.

Lentamente fue levantando la cabeza, al tiempo que un dolor insoportable se fue haciendo notar en sus entrañas. Sus ojos chocaron con unas sombras que, desde el espejo de enfrente, los miraban acomodados en las cuencas de su reflejo. Vio una persona que no recordaba conocer, un dibujo descolorido de lo que una vez fue.

Instintivamente alzó su mano y lanzó con todas sus fuerzas el móvil a ese rostro espectral. Miles de reflejos de la habitación se esparcieron por todos lados, al tiempo que desaparecía la imagen que tanto la había asustado.

Decidida, se levantó de la cama, lavó sus miserias con una ducha fría y rápida. Eligió aquellos pantalones que tanto le gustaban y se enfundó la camisa que había traído de recuerdo de su último viaje. Salió por la puerta sintiéndose liberada, atrás dejaba su falsa vida, rota en un rincón junto a un montón de cristales y un trozo de plástico inservible. Delante veía la calle, la vida, una nueva esperanza para ella, la realidad.