miércoles, 30 de marzo de 2016

La noche del Tango

La noche se hacía esperar. No sabía si era una sensación, simplemente, o era la Tierra la que había decidido frenar su eterna carrera y detener el tiempo a su alrededor. 

Solamente unos minutos antes había estado preparando la estrategia, lo llevaba haciendo desde hacía una semana en realidad. Lo deseaba tanto como aquellos sueños que tenía siendo niña y que nunca encontraron la manera de ver la luz, esos sueños que eran claveles incrustados en el rosal de su pecho, bellos pero fuera de lugar.
Hoy sería el día elegido, se dijo, quería proporcionarle algo más de lo que le había dado hasta ahora. No quería quedarse nada, no habría cuartel. Desde hacía semanas se entregaban el uno al otro de manera instintiva, deseándose y respetándose casi hasta el límite de lo permitido. Era el momento, ella lo sabía, lo anhelaba. Lo necesitaba.

Se había preparado, iba decidida a cumplir una de sus primeras fantasías, ya era hora de hacerlo.  Había esperado demasiado y, al fin y al cabo, él era la persona idónea, la mejor que había conocido. Estaba dispuesta, sin barreras, con todas las ganas cargadas y arremolinadas en su cadera. Y él lo sabría nada más que la viera llegar, con sus carnosos labios enmarcados por un rojo pasión que hería con solo mirarlos.

Lo había dispuesto todo con mimo y cuidado. Había elegido un lugar con música en directo, pero no cualquier música, esa noche se escucharían tangos al sur del cielo. "La noche del Tango" la llamaba cuando la imaginaba días atrás, mientras fantaseaba en la soledad y seguridad de sus sueños.

Cuando ella llegó, él notó su presencia al instante, y aún así fue demasiado tarde, la trampa funcionó a la perfección y él se vio atrapado en la red. Como había pretendido, sus labios fueron el reclamo. Ella desplegó toda su magia en aquella boca y, mientras se acercaban, supo que el hechizo había hecho efecto. El alma de aquel hombre se estremecía revoloteando a su alrededor, presa de esa pequeña musa que brillaba y ejercía un natural poder sobre él.

Las buenas noches fueron cálidas y húmedas, con forma de beso encubierto por un aleteo de deseo en sus ojos. Lo que vino después fue simplemente lo único que podía suceder: se comieron el uno al otro los sentidos con furia contenida. A ritmo de tango florecían miradas y germinaban las caricias, cada vez más profundas y descontroladas.

Abandonaron el lugar tras siglos de espera. Seguían sonando tangos alrededor, pero ahora parecían brotar de algún sitio distante.

Hundieron la cara en el cuello del otro, respirándose, y consiguieron alcanzar el silencioso paisaje de una alcoba que los extrañaba desde hacía una vida. Una alcoba que les daba la bienvenida apagando las luces y desnudando vergüenzas.

Sin previo aviso ella arrodilló su figura ante él, que quedó erguido ofreciendo su más íntimo deseo. Intranquilo y jadeante, permitió que ella marcase el ritmo.

Ella lo envolvía, lo acariciaba y lo apretaba casi sin distinguir la diferencia. Poco a poco logró desabrochar el cinturón y bajar la cremallera que protegía el credo más deseado. Sin dejar de colocar sus nada inocentes besos por toda la zona, pegó un seco y fuerte tirón del pantalón, dejando al descubierto una gran erección.

El rojo de sus labios parecía resplandecer con el descubrimiento. Buscó, con la boca entreabierta, el calor que le esperaba. En el momento preciso que su lengua acarició por primera vez su carne, él supo que aquella misma noche moriría varias veces dentro de ella.


Sin tregua, ella se abalanzaba una y otra vez, de rodillas, sin dudar, y él la recibía perdiendo la conciencia en cada embestida. Durante unos minutos ella no varió el ritmo, pero repentinamente aumentó la presión que su boca ejercía, logrando que él se doblara de puro placer. 

En el momento final fue consciente de que había cumplido su objetivo. De rodillas, con los labios en rojo. Había extraído hasta la última gota de la vida que él podía ofrecerle. Se había entregado a él como nunca antes lo había hecho. Y era puro amor lo que sentían ambos en aquel instante.

Para él aquella noche sería inolvidable. Para ella siempre sería "la noche del Tango". La noche que había hecho suya, por primera vez, el alma de su amante.

La mañana llegó y al beso de buenos días le siguió el mejor café que nunca habían probado.

Nota del Caminante: Nunca viviste tu noche del tango, pero yo la creé para ti.

No hay comentarios: